A más de once años de la desaparición de Facundo Rivera Alegre, la obra de Santiago San Paulo se hace con puesta cordobesa, con dirección de Elina Martinelli.
Por Micaela Fe Lucero
En 2020, La ilusión del Rubio, del cordobés Santiago San Paulo, fue seleccionada por el Teatro Nacional Cervantes para ser llevada a escena. Tres años después, en un momento clave para el pueblo argentino, con reclamos nuevos y otros tan urgentes y necesarios como siempre; once años después de la desaparición en democracia de Facundo Rivera Alegre, la obra revive en una puesta íntegramente cordobesa, dirigida por Elina Martinelli.
La ilusión del Rubio conmueve y pone la piel de gallina sin golpes bajos. Con firmeza y juegos ficcionales (es el fantasma de Facundo Rivera Alegre quien está sobre el escenario) y tan poéticos como concretos a la vez, repasa hechos clave, alude a actores de la desaparición de Facundo y de todo lo que vino después: no solo hace foco en el cuerpo policial de Córdoba y en un juicio plagado de irregularidades que denuncia, sino también en el exgobernador y en un famoso cuartetero.
Martinelli propuso dos grandes cambios en esta puesta que la diferencien de la primera que se hizo. El primero, que fuera no un unipersonal, sino tres Facundos en escena, para darle voz a él y a otrxs que sufrieron su mismo destino o similares. El segundo, que se hiciera en la calle, en plazas de la ciudad, plazas como las que Facundo habitó, y habita en este pedido de justicia que no cesa.
Ambas decisiones parecen más que novedosas e interesantes, fundamentales. Sin haber visto la puesta original, queda claro que estos dos cambios se asientan en el hermoso texto y multiplican su vitalidad y fuerza. La función de estreno en la plaza Américo Aguilera de Juniors parece su escenario natural, como si siempre la hubiera estado esperando.
Texto, plaza, un fantasma y la gente, en unión simbiótica
Son casi las 20 en la plaza de Juniors y todo está listo para una invocación: los mates a pesar del calor, la expectativa, los grupitos que se saludan y se van ubicando, los foquitos que los actores irán encendiendo. La invocación al fantasma de Facundo que dibujó San Paulo y que ahora tomará cuerpo por un rato.
La humedad hace el aire pesado. ¿Haría un calor semejante en aquella madrugada de febrero, la última en la que fue visto Facundo? Pero aún con el tiempo y algunas cuestiones de sonido –algo tan difícil al aire libre– la puesta se impone y captura al público que sigue una historia ágil con atención y conmovidos. También está Viviana Alegre. En un momento, los tres Facundos del escenario le hablan directamente, la miran, y la piel y la garganta de quienes miramos sentados desde el piso se contraen.
Así, entre el texto y la puesta, La ilusión del Rubio hace pensar en detalles que de repente se vuelven cruciales, que solo el haber seguido el caso no permitían aparecer de esta manera. Detalles como que a Facundo le gustaba hacer música. ¿Qué otras cosas le gustaban? ¿Qué cosas le importaban a este joven de 19 años? Santiago San Paulo explora la huella de Facundo con sensibilidad, agudeza y compromiso. El teatro permite que él y su equipo compartan eso con todxs.
La propuesta de Martinelli de contar con tres Facundos, tres intérpretes, permite un juego coral muy eficaz. Sus tres intérpretes están a la altura. Federico Estay Ferraris, particularmente, se perfila cada vez más como uno con herramientas y presencia sólidas. Eso no significa que sus dos compañeros, Ezequías Litwin y Marcos Peña Bolajuzón, no le sigan el paso: el trío encanta y funciona aceitadamente.
Desde su Instagram, @lailusióndelrubio.obra, irán avisando de próximas funciones y en qué locaciones. Mientras, está confirmada la del 26 de noviembre, en el mismo lugar: en “la plaza del Rubio”.
Coordenadas de “La ilusión del Rubio”
26 de noviembre a las 20 en plaza Américo Aguilera (Rep. Dominicana 118, barrio Juniors). A la gorra.
Ficha técnica
Dirección: Elina Martinelli. Actuación: Federico Estay Ferraris, Ezequías Litwin y Marcos Peña Bolajuzón. Asistencia de dirección: Diego Vallarino. Diseño escenotécnico: Mercedes Chiodi. Música: Ají Rivarola. Crédito de la imagen de portada: Victor Coiset.
Esta obra cuenta con el apoyo del Instituto Nacional de Teatro.